Y a partir de entonces, cada vez que el reloj marcaba las 22:22 el ático de enfrente ponía la canción en el tocadiscos, entonces Eme apoyaba sus pies sobre las cuerdas del tendedero y hacía equilibrismos desde su ventana hacia la de él, se colaba como el viento por el cristal roto y se atrincheraba en sus brazos. Y bailaban despacio sobre cuentos sin puntos finales dibujados. Se quitaban los miedos a bocados y a caricias y los monstruos no salían ni en las noches más frías. Ella le enseñó a dormir prometiéndole que cazaría cualquier pesadilla y él la acogió en su camita de noventa cuando sus huesos parecían astillas.
Las chicas con alma de avioneta saltan por la ventana cuando el sol se quita el pijama, pero Eme se quedaba para bailar la canción de buenos días y es que, quería quedarse con Aviador para que se rieran juntos lo que le quedaba de vida.

Y a partir de entonces, meses, y años, y siglos de oscuridad, se hicieron luz.