A veces tan avión, tan de un aeropuerto a otro, (tan de una vida a otra), tantos aterrizajes con las maletas llenas de cosquillas, el alma permanentemente en turbulencias, perder la maleta y que el tiempo te detenga un poco más en ese aeropuerto (en esa persona) luego, en el momento exacto encontrarla, saber que es hora de despegar. (despegar con el motor rugiendo, las lágrimas al otro lado de la puerta de embarque) Tantas personas (como aeropuertos), tantas personas (como aviones)
Personas tan aviones que vienen, que van, que nunca se quedan, que quieren nuevas tierras que explorar, que abrazar para dejarlas conquistadas.
Personas tan aviones que van, que vienen, pero que nunca de quedan.
Hasta que (siempre hay un hasta que) no aterrizan en un aeropuerto, si no en un sitio cálido, en un lugar sin maderas que crujen, sin eco, sin humedad que cala, que rompe, un lugar grande donde volar libre, pero pequeño para no perderse, un lugar donde esconderse sin estar solo, un lugar donde no existe el vacío y donde los monstruos no son tan tenebrosos como antes, un lugar donde se pueden olvidar los miedos. Las personas tan aviones siempre vuelan, nunca dejarán de hacerlo, pero algún día, encontrarán un sitio al que volver siempre, algún día encontrarán a ese alguien que es casa y no aeropuerto.


Iver hace magia y parece no darse cuenta. Besar y sentir renacer equivale a miles de trucos y conejos sacados de la chistera. Besarte es curarme. Le decía Esquimal, a veces. Y aterrizaba en sus sábanas y le abrazaba por la espalda. Como si recorrer la habitación y llegar hasta él fuese como recorrer el mundo entero. Pero una vez llegaba algo se activaba, en su piel, digo, porque enseguida el aire se llenaba de electricidad. Sus manos se pegaban a las suyas y se establecían un cinturón de seguridad que no cesaba ni en las peores turbulencias.
Porque nunca habrá viendo demasiado fuerte. Ni miedos demasiado terribles. Ni fríos demasiado tristes.






Niñamonstruo ya no tenía miedo. ya no tenía miedo a ponerse de puntillas en el alfeizar de la ventana, asomar al cabeza y alzar el vuelo. ahora se creía pájaro. un pájaro grande, de alas fuertes. de alma fuerte. y aunque ahora se sentía parte de ese colchón cubierto con sabanas de florecillas, sabía que dentro de poco podría hacerlo. dentro de poco se tiraría al vacío. pero sabía que no caería. sabía que antes de tocar el suelo, se elevaría tan alto que llegaría a las estrellas. ya pensaba en la parcelita de cielo que le gustaría tener y cómo decorarla. y aunque el cuerpo pesase, el alma ya no. y después de una vida llena de monstruos, era para sonreír saber que ya solo quedaba uno. que aunque fuese el más difícil de todos, Cazador venía y con el mimo en las manos se encargaba de desenredarlo de los huesos de Niñamonstruo. y es que, a veces se abrazaba con tanta fuerza en el tórax, que Niñamonstruo lloraba las lágrimas que ya no le quedaban. pero no pasaba nada. porque estaba Cazador, que desde que apareció se encargó de matar a todos los monstruos que habían en la vida de Niñamonstruo. sin embargo, este último estaba ya tan adentro de ella, que parecía imposible que uno se fuera sin el otro.


Moverse entre sus brazos era moverse por un mundo bueno que conocía perfectamente, un mundo donde es posible nadar entre luz sin morir, conocía muy bien esos brazos que rodeaban en el punto justo de la cintura y a la fuerza justa de las emociones, si yo lloraba me apretaban fuertemente y sus hombros parecían cubrir el mundo exterior, conocía sus pulsaciones cuando dormía, 45 bumbum's por minuto, sus pulsaciones cuando reía y cuando acababa por encontrarle, conocía el sonido de su voz cuando me contaba cuentos de madrugada, cuando se enfadaba y cuando sonreía con el alma, conocía el tacto de sus manos de guitarrista, el de su barbilla apoyada en mi hombro, el de su boca buscando mis sonrisas, conocía esos ojos que miraban de una forma de la que poca gente sabe, como si mirara de verdad, conocía los secretos para dejarle su espacio, para aparecer en el momento oportuno y el de como prepararle su colacao favorito, conocía su alma, su alma de pentagrama, conocía su amor por la música y las cosquillas que le invadían cuando hablaba de acordes y partituras o escuchaba sus vinilos, conocía donde se escondían sus debilidades y donde las cosas que le hacían grande, conocía sus mayores sueños y sus peores pesadillas, conocía el camino para llegar hasta lo más hondo de ese mundo y saber quedarme para siempre.



(con todos ustedes, mis esquimales)



Se fueron a tiempo. 
Se fueron antes de que empezaran las discusiones por los huecos de la pared para colgar cada uno sus cuadros, se fueron antes de que él gritara a Musa que no cogiera sus pinturas. Se fueron antes de que ella le rompiera todos sus esbozos cuando la tristeza y la rabia le cosquilleaba hasta la punta de los deditos de los pies. Se fueron antes de que el camino a conseguir sus sueños como artistas acabaran por autodestruirse mutuamente. Ni las miradas cómplices entre trazos de colores, ni las batallas de pincelazos en la piel que acababan siempre con Pintor de ganador, ni las visitas a museos, ni las conversaciones sobre técnicas artísticas, ni los "you are my sunshine, my only sunshine" de él valieron para saber soportar lo malo. Ellos alguna vez se quisieron, quizás ella le quería cuando posaba para él y Pintor con mimo trazaba cada línea de su kaos con carboncillo. Quizás él la quería cuando Musa se derrumbaba entre sus brazos y él solamente podía estrecharla con fuerza para calmar sus temblores. Pero nunca se quisieron lo suficiente, los dos sabían que el amor hacia el arte iba por encima de cualquiera de ellos, sabían que tarde o temprano el arte los convertiría en rivales.

...por eso ambos buscaron otro mundo que pintar, un mundo en el que cada trazo no formara parte de una competición, un mundo por el que valiera la pena abandonar cualquier sueño entre lápices de colores.



(última entrada de Musa y Pintor)


Y a partir de entonces, cada vez que el reloj marcaba las 22:22 el ático de enfrente ponía la canción en el tocadiscos, entonces Eme apoyaba sus pies sobre las cuerdas del tendedero y hacía equilibrismos desde su ventana hacia la de él, se colaba como el viento por el cristal roto y se atrincheraba en sus brazos. Y bailaban despacio sobre cuentos sin puntos finales dibujados. Se quitaban los miedos a bocados y a caricias y los monstruos no salían ni en las noches más frías. Ella le enseñó a dormir prometiéndole que cazaría cualquier pesadilla y él la acogió en su camita de noventa cuando sus huesos parecían astillas.
Las chicas con alma de avioneta saltan por la ventana cuando el sol se quita el pijama, pero Eme se quedaba para bailar la canción de buenos días y es que, quería quedarse con Aviador para que se rieran juntos lo que le quedaba de vida.

Y a partir de entonces, meses, y años, y siglos de oscuridad, se hicieron luz.




Musa con los pies descalzos sobre la mesa, recostada sobre el sillón con una lata de refresco en la mano. Haciendo que mira la televisión, moviendo parsimoniosamente su mano libre por su muslo al aire. Con la camiseta de Pintor alzada hasta el ombligo, con el pelo aún sin peinar después de haber hecho el amor.
Pintor la observa mientras termina los bocetos para sus trabajos de la universidad. Pintor observa a la niña de Van Gogh en su sillón. Su mirada de cervatilla y sus pupilas de tigre. Sus manos hechas para pintar con acuarelas que siempre acaban manchadas de carboncillo. Ese metro sesenta de desastre humano. Aquel metro sesenta que se metía por las mañanas en su cama y le quería con locura en un espacio de uno cuarenta. Aquella niña que se convertía en muchacha entre sus brazos. Que estaba compuesta por faltas de ortografía y trazos de colores salidos del borde. Su Musa imperfecta. Aquella niña con tanta hambre de mundo, con las ganas encerradas en su interior, que tarde o temprano acabarían estallando. A veces se preguntaba cuánto de su niñez quedaba en ella. Cuánto faltaría para que ya no quedara más. Cuánto faltaría para que un día, cuando él abriera la puerta, ella saltara por la ventana.




Emilio. – Negó Lunattic, con los ojos escondidos tras las lágrimas. El unicornio seguía mirándola, situado sobre el tejado de la buhardilla vecina. Su color nieve destellaba con más fuerza esa noche. Lunattic aplastaba su mano en el cristal de su ventana. Emilio le hablaba con la mirada. Ella seguía negando. Emilio no se podía ir. Pero él seguía infundiendo ganas de arte en ella. Emilio se estaba muriendo. Aquellos seres caprichosos se dejaban ver solo por ojos soñadores. Y estos, también se estaban yendo. La gente ya no perseguía sus sueños, tenían miedo. La magia daba sus últimos destellos. Emilio también se iba. Él se quedaría instalado en el recuerdo y ya nunca más lo volverían a ver por el cielo. Su silueta se iba difuminando poco a poco, como si un dedo borrara la línea que separaba la realidad de la imaginación. Se marchaba. Lunattic lloraba. La magia se acababa. Destellos salían de los ojos de Emilio, hasta que su cuerpo quedó suplantado por el vacío.
-Volverás… tú y todos los demás…
Sentenció Lunattic. París enmudeció. La ciudad de la luz se apagaba. La cuna de escritores malditos y músicos rebeldes ennegrecía. Los soñadores morían.


(relato para la antología de W.)

"tú necesitas a alguien que no te rompa"


yo siempre esperé a que me pintaras, a que cogieras el pincel y fundieras la punta en los charcos de mis cosquillas,
también esperé a que te identificaras entre las palabras de mis cuentos y a encontrarme entre las líneas de tus relatos, pero me caí sobre la hoja en blanco.
Y es que nadie sabrá nunca todo lo que podríamos haber sido tú y yo, la hecatombe de la que un día nos dio por hablar, de ese, cuando el mundo esté preparado. ¿Cuándo? ¿Cuándo estará el mundo preparado? ¿Y nosotros? Nosotros, que nos burlamos de la vida y de sus trampas, nos reímos de los números. Del 6 que distancia nuestras edades. De los kilómetros que distancian nuestras bocas.
Nadie sabrá nunca todo lo que podríamos haber sido tú y yo.  Tú y yo dando volteretas en el césped. Tú y yo y nuestro fuerte de sábanas para que los monstruos no se suban a la cama.
Eres todos los cuadros que jamás me atreví a pintar y los cuentos que jamás me atreví a contar.
Y que a pesar, de que hayamos encontrado consuelo en los labios y las costillas de otra persona, nadie sabrá nunca todo lo que podríamos haber sido juntos.
En uno de nuestros viajes El Mago me llevó a un lugar que no recuerdo como se llamaba, para mi ese
lugar no merecía otro nombre que uno que superara el grado de tristeza, ya que hasta esta palabra se quedaba pequeña.
Columpios rotos, toboganes oxidados, telas desgarradas, restos de lo que un día pareció ser un lugar vivo y maravilloso, lleno de colores cálidos. Ahora solo estaba cubierto por una escala de grises.
Agarré la mano de Mago con miedo, yo en aquel entonces era más pequeña, y ver el polvo estelar corriendo por las venas de mi amigo, me hizo llenarme de valor.
Entonces le vi. Le vi y respiré la poca vida que quedaba allí. Respiré y apreté más fuerte su mano. Le vi, le vi y con esa mirada le quise como nadie le había querido en su vida, le quise y le protegí con solo esa mirada.
Allí estaba el gran elefante, lleno de arrugas, amarrado a una gran bola de acero.
Entonces supe que Mago me había llevado hasta allí, que íbamos a rescatar a ese elefante, como en cada viaje que siempre robábamos sonrisas o palabras. Me llené tanta de emoción que las mejillas me dolían de la sonrisa que tenía en la cara.
- Se llama Filemón, Filemón el arrugado.
Dijo Mago y yo le miré. La chistera como siempre le tapaba los ojos.
- ¿Podré dormir algún día con él?
La emoción saltaba entre mis palabras.
- No nos lo vamos a llevar.
Fue la primera vez que me rompieron el corazón. Nunca había llorado tanto y tan automáticamente. Nunca me habían roto los sueños de esa manera ni me había asustado tanto la soledad.
Mago me agarró la mano antes de que saliera corriendo y me abrazó, intentando que no me rompiera.
Yo lloraba y lloraba.  Quería salvar a Filemón. Marcar más sus arrugas pero con risas, leerle cuentos y taparle con una manta. Pero Mago no me dejó y aunque fue la primera vez que me enfadé con él y no le hablé durante un año exacto, un día me explicó por qué, y lo entendí.

(cuando volví a buscarle, Filemón
se había convertido en una constelación
y podía oír su risa y olisquear su
felicidad)



El café sabía más amargo que de costumbre pero Musa se lo bebía a tragos gigantes. La garganta se quejaba pero ella volvía a inundarla de café. Pintor estaba apoyado en el alfeizar de la ventana, veía la calle pelada, hacía mucho que no nevaba, si hubiera nevado, quizás se habrían salvado. La nieve alegra corazones, ¿lo sabias? te saca una sonrisa así, de golpe y entonces sabes que no hay que enfadarse por tonterias, que nadie es perfecto. Pero como no nevó, no pasó nada de eso. 
- Voy a irme.
Dijo Musa así, de golpe, con la garganta y el corazón hirviendo en amargura. Pintor seguía mirando por la ventana, apretando las manos en la madera. Él no quería que ella se fuera, pero a veces costaba tragar más el orgullo que un café amargo. Musa esperó, esperó a que nevara en esa habitación... pero no ocurrió. Pintor seguía ahí, impasible. Si los corazones fueran más valientes, quizas se habrian salvado. Si los corazones fueran mas valientes, ella le habria abrazado y aunque él se hubiera resistido, ella empezaría a silbarle, a decirle que el cafe es menos amargo cuando él esta con una sonrisa, a decirle que no hace falta que nevara para hacer sus momentos especiales. Que queria que la pintara y la quisiera como nadie, como ella a él. Pero su corazon era un miedoso.
- Adios Deivid
Murmuró y caminó despacio hacia la puerta y cuando estuvo fuera, las mejillas le ardieron y se alejó. Quizás Musa era demasiado frágil para estar con alguien.
Los letreros son raros, quizás no saben resolver tus problemas, pero saben dejarte sin palabras. Porque se las quedan todos ellos. Susurran versos en la nuca hasta que se rompen ambos entre la retórica de los latidos. Hacen el amor en las retahílas de las emociones, clavando cada sílaba en cada vértebra. Entonces se escuchan los crujidos y sabes que va a romperte. Él era poeta y le gustaba hacerla bailar entre sus manos, dejando estrofas entre mechones de su pelo o entre las arrugas de su ropa. Y sin que ella lo supiera, le gustaba esconder su nombre entre los relatos de la medianoche, en las paredes del vagón del metro o entre el humillo de su cigarro en cada suspiro. Alex. A veces la llamaba pero ella no escuchaba, entonces la voz se perdía y se caía entre los acordes de su guitarra.
A mi me gustaba mirarte mientras pintabas. Admiraba la forma de tu boca, curva y callada. Esa mueca de concentración y delicadeza. Tus manos de abril cogían los pinceles con una suavidad que me hacían encelarme con ellos. Me hacían desear ser un poco de óleo para abrazarme a tus manos de pintor. Para perderme entre tus dedos índice y pulgar, subiendo luego a tu cara, aprovechando esa manía tuya de tocarte la barbilla, y entonces sabría que me quedaría ahí, en el acantilado donde tus lágrimas se suicidan.
¿Y si te como a versos?
Podría intentarlo, últimamente no haces que vivir en las líneas de mis relatos. Te cuelas entre los espacios, saltas por las m, bailas sobre las k y a mi me pones tan nerviosa, que me dan ganas de entrecomillarte, exclamarte, interrogarte o simplemente encerrarte en un paréntesis.

Me dices que soy tu musa, pero sinceramente no sé quién inspira más a quién.
Querido sonámbulo:

Todo está blanco. Apenas me he atrevido a vestirme con unas simples palabras de introducción, pero es que, ah... sabes que yo no soy de esas. Que nunca sé causar primeras impresiones, que yo soy de las que rompen las ventanas de la gente cuando menos se lo esperan y luego, luego soy huracán que arrastra. Y mírame ahora. Lo único roto son los dibujos y aún es posible oler las cenizas del incendio de los cuentos. Todo está blanco, querido Sonámbulo. Blanco y silencioso. Yo solamente me he atrevido a desvirgar este trocito, con cuidado, porque me da miedo que se rompa. Qué frágil parece todo en estos momentos. Que frágil que está mi alma en estos momentos. Dolió suicidar lo nuestro. ¿Tú serías capaz de odiarme? Entiéndeme, mi alma no se puede quedar siempre en un mismo aeropuerto. Pero te prometo, que voy a quitar esta nieve que se empeña en congelar momentos y que atraparé rayitos de sol para iluminar los sueños. Voy a coger pinceles y haré explotar en éxtasis a los colores y al papel, los haré amantes. O nos haré amantes. Esta es la historia de una musa y un pintor. Una historia que lleva únicamente esta introducción.