En uno de nuestros viajes El Mago me llevó a un lugar que no recuerdo como se llamaba, para mi ese
lugar no merecía otro nombre que uno que superara el grado de tristeza, ya que hasta esta palabra se quedaba pequeña.
Columpios rotos, toboganes oxidados, telas desgarradas, restos de lo que un día pareció ser un lugar vivo y maravilloso, lleno de colores cálidos. Ahora solo estaba cubierto por una escala de grises.
Agarré la mano de Mago con miedo, yo en aquel entonces era más pequeña, y ver el polvo estelar corriendo por las venas de mi amigo, me hizo llenarme de valor.
Entonces le vi. Le vi y respiré la poca vida que quedaba allí. Respiré y apreté más fuerte su mano. Le vi, le vi y con esa mirada le quise como nadie le había querido en su vida, le quise y le protegí con solo esa mirada.
Allí estaba el gran elefante, lleno de arrugas, amarrado a una gran bola de acero.
Entonces supe que Mago me había llevado hasta allí, que íbamos a rescatar a ese elefante, como en cada viaje que siempre robábamos sonrisas o palabras. Me llené tanta de emoción que las mejillas me dolían de la sonrisa que tenía en la cara.
- Se llama Filemón, Filemón el arrugado.
Dijo Mago y yo le miré. La chistera como siempre le tapaba los ojos.
- ¿Podré dormir algún día con él?
La emoción saltaba entre mis palabras.
- No nos lo vamos a llevar.
Fue la primera vez que me rompieron el corazón. Nunca había llorado tanto y tan automáticamente. Nunca me habían roto los sueños de esa manera ni me había asustado tanto la soledad.
Mago me agarró la mano antes de que saliera corriendo y me abrazó, intentando que no me rompiera.
Yo lloraba y lloraba.  Quería salvar a Filemón. Marcar más sus arrugas pero con risas, leerle cuentos y taparle con una manta. Pero Mago no me dejó y aunque fue la primera vez que me enfadé con él y no le hablé durante un año exacto, un día me explicó por qué, y lo entendí.

(cuando volví a buscarle, Filemón
se había convertido en una constelación
y podía oír su risa y olisquear su
felicidad)