A mi me gustaba mirarte mientras pintabas. Admiraba la forma de tu boca, curva y callada. Esa mueca de concentración y delicadeza. Tus manos de abril cogían los pinceles con una suavidad que me hacían encelarme con ellos. Me hacían desear ser un poco de óleo para abrazarme a tus manos de pintor. Para perderme entre tus dedos índice y pulgar, subiendo luego a tu cara, aprovechando esa manía tuya de tocarte la barbilla, y entonces sabría que me quedaría ahí, en el acantilado donde tus lágrimas se suicidan.
¿Y si te como a versos?
Podría intentarlo, últimamente no haces que vivir en las líneas de mis relatos. Te cuelas entre los espacios, saltas por las m, bailas sobre las k y a mi me pones tan nerviosa, que me dan ganas de entrecomillarte, exclamarte, interrogarte o simplemente encerrarte en un paréntesis.

Me dices que soy tu musa, pero sinceramente no sé quién inspira más a quién.