Los letreros son raros, quizás no saben resolver tus problemas, pero saben dejarte sin palabras. Porque se las quedan todos ellos. Susurran versos en la nuca hasta que se rompen ambos entre la retórica de los latidos. Hacen el amor en las retahílas de las emociones, clavando cada sílaba en cada vértebra. Entonces se escuchan los crujidos y sabes que va a romperte. Él era poeta y le gustaba hacerla bailar entre sus manos, dejando estrofas entre mechones de su pelo o entre las arrugas de su ropa. Y sin que ella lo supiera, le gustaba esconder su nombre entre los relatos de la medianoche, en las paredes del vagón del metro o entre el humillo de su cigarro en cada suspiro. Alex. A veces la llamaba pero ella no escuchaba, entonces la voz se perdía y se caía entre los acordes de su guitarra.