A veces tan avión, tan de un aeropuerto a otro, (tan de una vida a otra), tantos aterrizajes con las maletas llenas de cosquillas, el alma permanentemente en turbulencias, perder la maleta y que el tiempo te detenga un poco más en ese aeropuerto (en esa persona) luego, en el momento exacto encontrarla, saber que es hora de despegar. (despegar con el motor rugiendo, las lágrimas al otro lado de la puerta de embarque) Tantas personas (como aeropuertos), tantas personas (como aviones)
Personas tan aviones que vienen, que van, que nunca se quedan, que quieren nuevas tierras que explorar, que abrazar para dejarlas conquistadas.
Personas tan aviones que van, que vienen, pero que nunca de quedan.
Hasta que (siempre hay un hasta que) no aterrizan en un aeropuerto, si no en un sitio cálido, en un lugar sin maderas que crujen, sin eco, sin humedad que cala, que rompe, un lugar grande donde volar libre, pero pequeño para no perderse, un lugar donde esconderse sin estar solo, un lugar donde no existe el vacío y donde los monstruos no son tan tenebrosos como antes, un lugar donde se pueden olvidar los miedos. Las personas tan aviones siempre vuelan, nunca dejarán de hacerlo, pero algún día, encontrarán un sitio al que volver siempre, algún día encontrarán a ese alguien que es casa y no aeropuerto.